martes, 1 de julio de 2008

EPILOGO

Juan no tuvo mucho que decir, y unos quince minutos después de hablarme acerca de los nuevos planes que traía su grupo de Humanidades en la Facultad, para el cual solicitaban mi ayuda, se había quedado sin más cosas profesionales que consultarme.
Yo, por supuesto, no dejé escapar la oportunidad de hacerle ver lo tanto que había avanzado en mi vida después de seis meses sin vernos, y creo que hasta inventé cosas que no eran del todo cierta. Aún así, para él era el ser con más felicidad en el mundo. Déjemosle que se lo crea. Obvio.
Pero la situación dio un giro significativo cuando Lucas arribó en mi casa esa noche. Sobretodo porque el muy tarado jamás supo que Juan era Juan. Es decir, sabía que era alguien que yo conocía, pero jamás se imaginó que estaba hablando con la persona que tantas veces había sido mencionada en nuestras charlas. A veces me sorprendía por lo hueco que podía llegar a ser mi amigo.
Por supuesto, a la historia se comenzó a poner más desorientada cuando Leo también llegó a mi casa y los vio a ambos. Aquello ya era un circo, aunque ni Juan ni Lucas sabían de la existencia del otro, pero Leo y yo entendimos todo con sólo lanzarnos una mirada.
- Te dejo con tus dos mejores amigos - me dijo, una hora después, mientras lo acompañaba a la puerta. - Esta imagen es totalmente descolocante.
- Dímelo a mí - respondí. - Pero bueno, no sé por qué Juan todavía está aquí cuando lo que me dijo, terminó en una brecha de 3 minutos.
Leo tampoco tenía ganas de meditar sobre el asunto. Él tenía sus propios problemas y resulta que eran más graves que aquella bizarra situación.
Finalmente los chicos partieron cuando el Sol estaba por salir. En ese momento, Lucas cayó en la cuenta de quién se trataba.
- Mañana hablamos - dijo, subiéndose al auto.
No sé si había enojado, pero en ese momento no tenía ni idea de lo mucho que me solucionaría la vida aquella aparición de Juan. Mi vínculo con Lucas daría un giro inesperado y agradable. Algo que ni yo mismo lo habría planeado mejor.
- ¿Qué es lo que estaba haciendo acá? - me preguntó Lucas, sorprendido, aunque no enojado, dos días después.
- Vino a hablarme de algunas cosas de la facultad - comenté. - De todos modos fue divertido. Extrañaba cuando charlábamos y charlábamos de todo.
- ¿Y piensan volver a verse?
- No lo sé - respondí, sinceramente. - Tal vez. Tal vez no.
Y en ese momento pasó algo mágico. Lucas apagó el monitor de mi computadora, se dio media vuelta y me dijo: "Vamos a hablar."
Y vaya que hablamos toda la noche. De diferentes cosas. De nuestros miedos, nuestras ilusiones y de un millón y medio de cosas más que pudimos haber compartido desde hace meses. Finalmente lo hacíamos ahora. Juan lo había logrado.
En esos días sentí como si me hubiera vuelto a reconquistar por aquello. Por la comunicación.
Para cuando, entonces, un viernes me llegó la notificación de que ingresaba a trabajar ese lunes, que justo coincidió con un día en donde me encontraba enfermo, hizo que todos fueran a visitarme a mi casa y que todos se quedaran allí. Inclusive Lucas que volvió cuando todos se fueron solamente para que hablemos de la vida.
Ese día, finalmente respiré.
Estaba todo bien con todo el mundo. Con mis amigos, que tanto esfuerzo hice por no aceptarlos, ahora los quería como mis hermanos. Tobías, Marcelo, Pablo, Guillermina, Julieta, Jessica y demás, ya formaban parte de mi existencia y mi punto social más importante. Finalmente me sentía parte de algo.
Ese día, miré la ventana despidiendo al auto de Lucas que se marchaba junto con él. Y junto con él, mi mejor amigo y mi último día de libertad eterna.
Sonreí.
Hace tiempo no lo hacía.
Finalmente, el mundo estaba bien y yo, como parte del mundo, me sentía bien también.

0 Culpables: