viernes, 30 de noviembre de 2007

15. Una Buena Charla - Parte 1

Volviendo a casa, un viernes totalmente cansado celebrando que sería el último mes más interminable desde que tenía memoria, cuando decidí parar en la casa de Lucio. La última vez que charlé con él, me había dicho "más tarde puede que pasemos por tu casa con Juan" por lo cual tuve que mentir descaradamente para no verlos.

Así que supuse que el chico se merecía una explicación, porque sino, iba a intentar a toda costa querer volvernos a juntar y como sé que eso a Juan no le molestaría, el único perjudicado en ese chiste, vendría a ser yo.

- Lucio, tengo que decirte algo - le dije, al chico, una vez que me hizo pasar a su habitación. - Es sobre la vez pasada, cuando dijiste que ibas a venir con Juan y yo te dije que iba a salir.

- Ah, sí, lo recuerdo - dijo, mirándome intrigado. - ¿Dónde fuiste?

- Ahí está el problema - continué, más nervioso de lo que hubiera deseado estar. - Yo jamás tuve ningún plan esa noche. Te dije eso porque no quería que Juan estuviera en mi casa.

Lucio me miró como si acabara de decir la cosa más ilógica que alguien pudiera pronunciar. Me guardé unos segundos esperando su respuesta. Sabía que Lucio no era un rival fácil, mucho menos teniendo en cuenta la frase de "tú deberías darle gracias a la vida por ser amigo de Juan".

- Yo todavía no estoy listo para estar en un mismo espacio físico que Juan - dije, luego de ver que Lucio no me respondía nada. Y pese a que no me agradaba la idea, supuse que si quería que esa charla quede en claro, tenía que ser lo más sincera posible. - Hace como un mes, Juan decidió no aparecer más. Mi gran amigo - bueno, no tan sincera - , la persona que estuvo conmigo durante casi todo el año, de repente me había borrado de su agenda. El caso es que las cosas en mi vida no me están saliendo bien y eso hace que no me sienta completamente fuerte como para estar frente a una persona que me sacó de su vida. Espero que entiendas por qué prefiero mentir, antes de que enfrentarme a eso.

Lucio se cruzó de brazos, con cara de no demostrar ningún pensamiento. Aquello me estaba desesperando, sobretodo porque mi monólogo casi me quebró e hizo que yo tuviera ganas de llorar. Pero me mantuve fuerte.

- ¿Y por qué nunca me lo dijiste? - fue su pregunta, totalmente descolocada. - Sé que no somos muy amigos, pero nos caemos bien. ¿Por qué nunca me pediste ayuda?

- Es que no soy bueno para pedir ayuda - reconocí. - No sirvo para confesar que estoy mal. Además, odio molestar a los demás con mis problemas.

- Pero quiero que sepas que puedes contar conmigo.

0 Culpables: