viernes, 21 de diciembre de 2007

50. Dar la Cara

Hacía bastante tiempo ya que no veía a Ana, y aunque no tuve tiempo para extrañarla con todas las situaciones, absurdas algunas, que he vivido, cuando se presentó en mi casa aquella noche, me sorprendió. En lo general, detesto que lleguen a verme sin avisar, pero no iba a presentar una queja en ese momento.

- ¿Estás ocupado? - preguntó, dedicándome una de sus mejores sonrisas. - Porque quiero que vayas conmigo a una cena. Es por el trabajo de mi padre.

- No, está bien, vamos - respondí.

Así que en cinco minutos me cambié y me encontré en el asiento trasero de un auto dirigido por el padre de mi amiga. Estuve un poco callado. No tenía idea de a dónde me dirigía ni a qué clase de cena me iba a presentar. Por dentro rogaba que no sea muy formal, porque eso significaría que me había equivocado de vestimenta. Para colmo de males, me daba cuenta que la cena quedaba a mucha distancia de mi hogar, y me comencé a preocupar cuando tuve una certeza sobre dónde estábamos y con terror comprendí que aquello era "Territorio de Juan". Un escalofrío recorrió mi espalda y lo único que pudo calmarme en ese momento fue pensar que el chico debería estar trabajando y, según Lucio, su trabajo quedaba en la otra punta de la ciudad.

Cuando nos bajamos del auto, Ana vino hacia mí, sonriendo.

- Ah, y otra cosa que no te la quise decir antes porque sino no ibas a querer venir - dijo, sonriéndome pícaramente. - ¡Aquí está Gladis!

Me paralicé por completo. Entré en pánico. Aquello era casi lo mismo que ver a Juan. ¡Gladis! Con todo lo que había hecho para esquivarla, el destino nos volvía a juntar en una fiesta. Me estaba sintiendo descompuesto. Me encontraba en el otro extremo de la ciudad y no tenía forma de volver.

- ¿Acaso estás demente? - pregunté. - La estoy evitando.

No quería armar una escena, pero el terror cruzaba por mis ojos. Me imaginé a Gladis lanzándome una mirada de odio y entré en pánico. Estaba atrapado. Ana abrió la boca sorprendida y volvió a sonreír. Jamás pensé que podría odiarla con sólo una oración que diga.

- Vamos, Oliver, no pasará nada - intentó calmarme, mientras yo no sabía por qué me encontraba tan histérico. - Te sentarás lejos de ella, conmigo. No te dirá nada. Ni ella ni nadie de su familia.

- ¡¿Está con toda la familia?! - pregunté, alarmado.

Ana estaba haciendo un pésimo trabajo para intentar que yo encuentre un poco de estabilidad.

Necesitaba un cigarrillo. No tenía ninguno. Genial. Necesitaba un kiosco abierto. No veía ninguno en aquella esquina. Me preocupé. Inconscientemente comencé a jugar con mi celular como si él me daría la respuesta o como si le estuviera escribiendo a alguien para que me busque. No podía pensar. Tenía que huir.

- Vamos, a dar la cara - me animó, algo cansada por mi comportamiento infantil.

- No quiero, no quiero - chillé, y me di cuenta que sonaba como una criatura que había perdido la cabeza.

Agaché la cabeza. Caminé detrás de Ana y entré al salón. Al final de la mesa se encontraba Gladis con toda la familia. Todavía no me había visto pero reconocí a su mejor amiga. Suspiré. Tenía que mostrar toda mi dignidad posible y, luego tal vez, salir vivo de allí.

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