jueves, 10 de abril de 2008

135. Sin Sentir Nada

Llegué a la casa de Ana, tal como lo había prometido, sobrándome justo media hora para el ingreso a la facultad. Había pactado mentalmente permanecer en aquél sitio el menor tiempo posible, pero a la vez, sin tener que demostrarle a Ana que me afectaba (o que al menos no me era indiferente) la presencia de Juan, que volvería a estar, después de una división de seis meses, en un mismo hábitad social donde tendríamos la oportunidad de establecer un diálogo.

Si bien es cierto que Juan y yo nos volvimos a ver después de la ruptura, aquella parecía que sería la primera vez que nos encontraríamos en un ambiente donde la charla podría prestarse a un más allá de lo superficial.

Cuando pasaron 15 minutos de la hora acordada, por lo que simplemente me quedaba un margen de veinte minutos para partir a mi clase, con una cierta satisfacción pude notar que Ana estaba algo confundida.

- Parece que Juan no va a aparecer - dijo, mirando su reloj de pulsera.

- Lo sé - contesté, sin poder ocultar mi sonrisa. - Es por eso que no me preocupé cuando me dijiste que lo invitaste a venir a tu casa, porque a mí me quedaba poco tiempo y yo sé que Juan nunca llega a horario.

- Pero, ¿por qué estás tan negativo para volver a verlo? - me preguntó, con su inocencia que hablaba desde la ignorancia.

- No estoy negativo - respondí, sinceramente, porque de hecho no me encontraba nervioso ni tenía ninguna clase de emoción con respecto a un supuesto reencuentro. - Sólo quiero que no esperes que salte a abrazar a alguien que no veo desde hace seis meses, sobretodo después de que las cosas quedaron terriblemente mal.

- Pero si las cosas no quedaron mal - dijo la chica, como si realmente entendiera algo del tema. - Sólo se distanciaron. No es que se declararon la guerra y ahora son enemigos íntimos.

Si le contara a Ana que justamente la persona que había citado era la misma que hizo que tuviera que pedir ayuda psiquiátrica, no estaría pensando lo mismo. Sin embargo, pese a que todos los hechos fueron recientes, inexplicablemente no me encontraba atado a ninguna clase de sentimiento.

Es posible que el hecho de que el sexo y la muerte me hayan parecido tan intrascendentales en estos días, que este sí era un tema menor. Pero contrariamente a lo que demostré el fin de semana, ahora me hayaba estable, o al menos, yo me sentía bien.

Cuando ya me quedaban diez minutos para emprender mi camino hacia la facultad, decido abrir la puerta de la casa de Ana para poder prenderme un cigarrillo, porque dentro está prohíbido fumar (lo cual es increíble las veces que tenemos que salir cuando nos reunimos a jugar al TEG). Pero cuando abrí la puerta... los ojos de Juan me saludaron. Entonces una sonrisa fabricada por la cordialidad se dibujó en mi rostro.

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