jueves, 10 de abril de 2008

137. La Red

- ¿Qué es lo que sucede? - me preguntó Lucas, sentándose en mi cama y mirándome fijamente a los ojos. - ¿Qué es lo que anda mal?

El momento de la verdad había llegado. Dejé de lado mis criterios por hacerme fuerte solo y finalmente deposité en Lucas la poca confianza que me quedaba por la humanidad. Le conté absolutamente todo. Mis problemas y mis pocas ganas de vivir, mi forma de ser irritable ante el menor impulso, mi depresión absoluta, mi pérdida de interés por el sexo y mi inexistente temor a la muerte. Le conté todos mis miedos y mis angustia, mis sentimientos de asfixia. Fui totalmente sincero. Salvo por el detalle de que creía sentir algo por él, todo lo demás.

- No te cuento todo esto para que me des la solución de mi vida - respondí. - Porque no puedo solucionar algo cuando ni siquiera sé cuál es el problema. Te lo cuento porque te necesito para que estés cuando caiga. Necesito que seas mi red.

- Yo no voy a tenderte la mano cuando caigas - me respondió. - Yo voy a patearte para que te levantes solo.

Por un segundo me vino a la mente la imagen de mí, tendido en el piso luego de un accidente, y a Lucas pateándome para que me levante. Sé que era una forma muy literal de pensar las metáforas de las que hablabábamos, pero ciertamente sonreí.

- También estuve pensando en eso que dijiste, sobre lo de "no estar preparado para tu amistad" - recordé. - Me di cuenta que en mi vida, en mi búsqueda por mí mismo, yo te consideraba un estorbo. Te consideraba como algo que me impedía hallarme. Y cuando me alejé me di cuenta que eso sólo hizo que las cosas empeoren, porque por más que no me guste admitirlo, descubrí que te necesito. Voy a intentar creer más en ti, Lucas, porque eres lo más cercano que tengo a un amigo después de todo, más allá de que vivo rodeado de personas.

Y después de haber dicho todo eso, inexplicablemente fue como si un fantasma fue liberado en mí. De repente el mundo comenzó a tener un color más claro, que si bien no era suficiente, por lo menos la manos invisible que me asfixiaba, había soltado un poco la cuerda alrededor de mi cuello.

Tenía que dejar que Lucas cumpliera su trabajo y me salvara, pero la única objeción que tengo, es como el destino tuerce las cosas, logrando un absurdo. Un absurdo que se ejemplifica en que, a veces, la persona que puede salvarte, es la misma que puede derrumbarte.

Pero esta vez sabía que si llegado el caso me derrumbaba, Lucas estaría allí... para patearme y obligarme a levantar.

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