domingo, 27 de abril de 2008

166. Las Peleas de la Noche

- Me enferman las personas que hacen suyos los problemas ajenos - me dijo Lucas, mientras hablaba con Sebastián.

- Y a mí me molestan las personas que son defensoras de pobres y ausentes - retruqué. - ¿Lo ves? Estamos en la misma situación.

El ambiente se estaba poniendo un poco tenso. Aquello estaba definitivamente destinado a terminar mal. Asfixia. Impotencia. Ganas de llorar y desaparecer.

- Además, admite que todo esto es porque ataqué a Sebastián - volví a decir. - Porque si fuera otra persona a la que le hubiera hecho esto, no me saltarías a atacarme.

- ¡Claro que sí! - me contestó, enojado. - Se nota que no me conoces. Que suerte que no te hago hacer un test sobre mí porque perderías.

- Entonces, ¿le dijiste a Sebastián que tu postura sobre lo que está haciendo está mal? - pregunté, cruzándome de brazos. - ¿Vas a defender tus ideales ante él? ¿Ya lo hiciste?

- ¡Todavía no tuve tiempo! - me respondió, enojado, y comenzó a hablar con él.

Lancé un sonoro suspiro de enfado. Pero la cosa ojalá hubiera terminado allí. Siguió empeorando cada vez más, porque al instante Tobías se hizo presente en mi casa.

- ¿Qué hace Tobías aquí? - pregunté, antes de que el muchacho llegara con nosotros.

- Me preguntó dónde estaba y le dije que estaba aquí - dijo, como si nada.

¡Aquello ya era el colmo! ¡Estaba por asesinarlo! Tenía tanta bronca en mi poder que el único beneficio que veía en el momento era romperle la cara contra la pared y dejarlo desangrarse hasta morir. ¡Había vuelto a hacer lo mismo de siempre! ¿Acaso tenía algún desperfecto en el cerebro que le impedía ser una persona coherente? ¿O acaso yo pedía mucho?

Por suerte, la estadía de Tobías no duró demasiado porque al llegar a mi casa se enteró que tenía que ir a buscar a Marcelo de la casa de Guillermina (quien ahora ya había vuelto a hablarme bien), por lo cual se marchó resignado.

Momento que aproveché para agarrar a Lucas del cuello con toda la rabia contenida.

- ¿Por qué lo volviste a hacer? - pregunté, irritado.

- ¡No me acordé! - dijo, como si bastara como defenza. - Estaba concentrado en la computadora y no te lo dije.

Lo solté y me recosté en mi cama mirando el techo. Aquello ya era demasiado. Era un día digno para el olvido. Entonces noté que me observaba.

- Perdón - me dijo, con una entonación de haberse dado cuenta que hizo mal.

Bien, ya era algo. Para Lucas reconocer que estaba equivocado era casi tan difícil como lograr que yo tenga un día de paz y felicidad, por lo cual le di méritos por el esfuerzo.

Había llegado el momento. Todo ya estaba perdido y en ese momento me di cuenta que sólo había una carta por jugar. La carta de la verdad.

Me senté a su lado cerca de la computadora y llamé su atención.

- Esto no sonará agradable pero tengo que contártelo - se lo dije, sin mirarlo a los ojos. - En contra de mi voluntad, creo que hace un tiempo comencé a sentir algo por ti.

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