domingo, 30 de marzo de 2008

115. Lucas Al Cuidado

La gripe avanzó de una forma tan rápida que no supe cómo diablos poder controlarla. Cuando me desperté ya me encontraba con fiebre y con un dolor de garganta que a duras penas conseguía pasar la saliva. Dormí poco, casi nada, y me pasé la mayor parte del tiempo acostado en mi cama sin moverme.

Lucas vino por la noche, unas horas, totalmente emocionado porque se había comprado un celular nuevo, después de tantas semanas de quererlo. Me sentía muy feliz por él, porque se notaba que había conseguido lo que quería.

Como yo me encontraba en reposo, Lucas se sentó a mi lado en la cama y se propuso entretenerme, mientras iniciamos una vana conversación sobre por qué él debía acompañarme a vacunarnos contra la Fiebre Amarilla.

- Le tengo fobia a las agujas - me comentó. - Si en algún momento voy a dejar que me vacunen, va a ser cuando yo esté inconsciente y a punto de pasar a mejor vida.

- No creo que el sistema funcione así - medité. - Vamos, aparte yo estaré contigo. Sólo durará un segundo. Lo prometo.

- No lo haré - contestó, negándose. - Puedes intentar usar toda la psicología que quieras conmigo, que no te pienso prestar atención, Oliver. No voy a dejar que me pinchen el brazo.

Cada tanto, Lucas ponía su mano en mi frente para asegurarse si mi temperatura estaba estable o iba en aumento. Me dijo que tenía planes con Tobías y otros amigos y que seguramente saldría con ellos. Finalmente se marchó, prometiendo que al día siguiente vendría a ver cómo me encontraba. Ese instinto de ternura, me hizo sonreír sin dudar de él.

Rato después recibí una llamada de Leo, para preguntarme si teníamos ganas de hacer algo, a lo que le contesté que sólo me iba a quedar tirado en mi cama, viendo nuevamente Harry Potter y la Orden del Fénix. Por supuesto, Leo accedió a sacrificar una noche de sábado por ver las aventuras de su amigo mágico y, de paso, hacerme compañía. Es como si hubiera olfateado que alquilé esa película.

Pero la fiebre fue aumentando cada vez más y para cuando nuevamente volví a quedar solo, ya me estaba retorciendo del dolor en mi cama.

Los segundos parecían pasar lentamente, como si cada uno de ellos me estuviera apuñalando. Y lo peor de todo, es que estaba sufriendo aquél ataque de enfermedad solo. Y no sabía qué era lo que me dolía más.

0 Culpables: