domingo, 16 de marzo de 2008

86. El Dueño de la Casa

Había pasado más de treinta minutos de la medianoche. Ya era oficialmente el cumpleaños de Sebastián. Muy posiblemente varias personas ya se encontraban en el lugar, en aquella noche bastante fresca. Seguramente tomando alcohol y escuchando música mientras tenían debates sobre cosas sin sentido pero que en el momento parecen muy importantes. Hasta ese momento, de todos modos, cómo estaba el cumpleaños de Sebastián era un misterio para Guillermina y para mí, porque ambos ya habíamos pasado su buena media hora esperando en mi hogar a que Pablo se digne en aparecer para que pueda guiarnos hacia el lugar.

Según tenía entendido, era en la casa del cuñado de Sebastián. Y aunque primeramente pensé que el cuñado era el hermano de su novia, en realidad era el novio de su hermana, lo cual después me puse a pensar y tenía más lógica, porque si era la casa del hermano de su novia, técnicamente también tendría que ser la casa de su novia. Debates filosóficos que a uno le vienen a la cabeza mientras ya no sabe ni qué pensar para aguantar la espera.

Finalmente decido mandarle un mensaje:

"No quiero que pienses que soy de esa clase de personas que no pueden esperar un poco, pero... ¿DÓNDE DIABLOS ESTÁS?"

- Estoy sientiendo el sonido de su moto - dijo Guillermina. - Tal vez sea él.

- Yo espero que no - respondí, sinceramente. - Porque acabo de gastar veinte centavos enviándole este mensaje.

Aún así, cinco minutos después, Pablo se encontraba en mi casa.

- Estaba cenando con unos amigos que volvieron a la ciudad - comentó, sentándose. - Pensé que tardaría menos pero se demoraron una vida en atendernos. Lo gracioso de la historia es que me estoy muriendo de hambre igual porque lo que me dieron no me llenó para nada. Así que puedo ir a comprar algo para comer en el camino a la casa de Luis (el cuñado de Sebastián/el novio de la hermana) o puedo esperar a ver qué tiene para ofrecerme para comer, y si no hay nada, saldré a comprarme algo.

Muchos me habían advertido que Pablo comía demasiado. Lo que nunca me pude imaginar es qué prioridad tenía la comida en su rutina y cuánto para Pablo significaba "comer bien".

De todos modos, finalmente partimos. La casa de Luis resultó no quedar tan lejos de la mía, y cuando pensé en encontrarme a autos, motos y un montón de gente alcoholizada y hasta tirada en la cuneta de la ebriedad que cargarían, me encontré con un hermoso y gigantezco hogar con un par de autos en el exterior.

- Veo que somos los primeros en llegar - dije, y luego recordé la conversación con Sebastián esa tarde. - Y tal vez los únicos.

Pabló tocó el timbre y esperamos los tres en la vereda. La temperatura iba disminuyendo, por lo que, en un primer momento sonaba exagerado, por suerte me había llevado una campera, por más que no combinaba con absolutamente nada de lo que llevaba puesto. Pablo y Guillermina también habían llevado sus respectivos abrigos y los tres parecíamos salir del Polo Sur. Era una imagen graciosa.

A atendernos salió Luis, y tuve que hacer un esfuerzo terrible para no atragantarme cuando lo vi. El chico era hermoso. Parecía que era uno de esos actores de televisión adolescente que sale de la pantalla para darle a la gente mundana una alegría. Seguramente era un asco como persona.

- ¿Qué tal? - me saludó. - Soy Luis. Por favor, pasen, todos estamos en el fondo de mi casa. Allí estamos debido a que el patio es grande y se armó una ronda de póker a la que ustedes tienen que jugar.

De acuerdo. Era la persona más agradable del mundo. Definitivamente me enamoré. Era el chico de mi sueño: bello, delgado y rico. Odio ser superficial, pero si lo fuera, aquél sería el amor de mi vida. Y lo que más me derretía era su sonrisa. Parecía que todo el tiempo la tenía adherida a la cara. Tuve que dejar de mirarlo porque en cualquier momento me iba a atragantar con mi propia saliva.

Después del respectivo saludo al chico del cumpleaños y a los demás invitados, Pablo intentó probar suerte en el póker. A los cinco minutos ya estaba sin dinero.

- Oye, Sebastián, pensé que tu cumpleaños incluía un buffet - reprochó el chico, cuando dejó el juego y recordó que aún tenía hambre.

Guillermina y yo miramos para cualquier lado, fingiendo que no lo conocíamos o que, por lo menos, no teníamos vínculo hacia su desubicado comentario.

- No - respondió Sebastián, sin prestarle demasiada atención. - Por eso nos juntamos tan tarde. Para que pudieras comer en tu casa.

- ¿Tú tienes ganas de moverte? - giró la cabeza, preguntándomelo.

- ¿Quieres ir a comprar algo para comer y quieres que te acompañe? - dije, adivinando sus intenciones.

- Exacto - contestó.

Asentí. No estaba haciendo mucho en aquella fiesta, y además no me importaba perderme unos minutos con Pablo.

Salimos de allí, dejando a Guillermina con Jessica, que había llegado dos minutos antes junto con su novio, quien también se abalanzó sobre la mesa cuando vio que estaban jugando al póker. Una vez que estuvimos por las calles, llegó el momento de revelarle a alguien mi mayor secreto que poseía en mi interior los últimos quince minutos:

- Que quede en claro que esto que te diré, lo hago por la ausencia de Lucas - aclaré. - Pero que hermoso que es el dueño de la casa.

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