martes, 4 de marzo de 2008

67. La Cena Fantástica

Al mediodía, en un almuerzo típico y en familia, sucedió un hecho bastante extraño. Mi madre me daba las indicaciones de que teníamos que ir a cenar con mi prima, por su cumpleaños, cuando largó la frase más rara del mundo: "puedes llevarlo a Lucas".

Me quedé totalmente confundido. ¿Por qué a Lucas? ¿Desde cuándo mis padres les agradaba Lucas? ¿Acaso Lucas, que no le agrada a nadie, había conseguido derribar la barrera y agradarles a mis padres? ¿Acaso querían a Lucas más que a mí? Bueno, sé que es una exageración esta última pregunta, pero ya me imaginaba que mis padres tengan una conversación conmigo y me digan "Oliver, creo que tenemos que ver a otros hijos". O peor aún, que salten con la típica frase de "no eres tú, somos nosotros".

De todos modos, aunque sorprendido, la idea de que Lucas sea aceptado como un buen amigo por mis padres era algo mágico y sorprendente. Porque a mis padres jamás les agradaban mis amigos. Que me llevaban por el mal camino, que yo perdí mucho tiempo con ellos y no estudiaba, que querían incendiar la casa, etc. Por supuesto, ellos ignoraban que estar tanto tiempo con Lucas le traía daño psicológico a su pequeño hijo, pero eso ya no importaba tanto. Después de todo, la humanidad había avanzado dos casilleros.

Lo que sucedió por culpa de esta cena, tuvo lugar en la casa de Ana, mi gran amiga de la facultad con quien volví a vincularme hace poco, después de que ella regresara de unas largas y felices vacaciones, donde se cayó de un caballo, perdí a su hermana en un shopping y tuvieron que esperar que la policía la encuentre y se enteró que sus padres iban a divorciarse. De acuerdo, mucho de feliz no tuvieron, pero ella lo contó más gracioso de lo que realmente sonó.

- Mis padres me pidieron que te invite a la cena en la casa de mi prima esta noche - le comenté a Lucas, delante de Ana como testigo. - Lo cual es sospechoso, porque mis padres nunca pidieron que lleve a nadie a esas cenas. Así que corremos riesgo de que le hayas agradado a alguien. Tal vez les agradas más que yo. Eso sería terrible. Un punto más para mi suicidio.

- No te preocupes, no pienso ir - sentensió, lacónico.

Le lancé una mirada que escondía la sorpresa e indignación del momento, pero disimulé. Tal vez Lucas no entendía que mis chistes escondían el verdadero deseo de su compañía, pero manteniendo mi orgullo y dignidad, no aporté nada a la charla y seguimos hablando de otro tema como si esa conversación jamás hubiera existido.

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