domingo, 16 de marzo de 2008

88. Luis al Rescate

¿Qué hubiera hecho realmente esa noche? Le había respondido a Lucas que no tenía ganas de verlo, pero, ¿hubiera respondido lo mismo a Pablo si es que quería verme? Nunca me lo puse a pensar, pero parece ser que el chico necesitaba una respuesta pronto, porque nuevamente mi silencio se hacía presente.

- No me voy a poner a buscar soluciones a problemas que nunca existieron - dije, esquivando el tema magistralmente.

- Me parece bien - respondió, para mi alivio, aunque no sé si se lo tomó como algo favorable o negativo.

De todos modos, caminamos hasta mi casa y dejamos su moto allí, mientras que Pablo llamaba a Sebastián para que nos pudiera ir a rescatar de mi hogar para llevarnos nuevamente a la fiesta. Afortunadamente Luis, el dueño de la casa y cuñado de Sebastián (novio de su hermana), tenía que salir en ese momento, por lo que pasaría por mi casa para poder llevarnos nuevamente.

Cuando salimos de mi hogar, recordé en llevarme la campera, que la tenía sobre la moto todo el tiempo por el hecho de que la caminata me hizo entrar en calor. Pensé que sería lindo que Pablo olvide la suya, ya que eso significaba que quedaría en mi casa y me la podría quedar para mí. De acuerdo, no es que ando robándole cosas personales a la gente (siempre que lo intento, los demás se dan cuenta), pero ese fue el primer pensamiento que se me vino a la cabeza. Desgraciadamente me di cuenta que también había recordado ponérsela, pese a que ambos estábamos transpirados.

- Tengo que ir a cerrar mi local - nos dijo Luis, cuando subimos al auto. - Así que luego de eso, volveremos a la fiesta. Donde, por cierto, los dejé encerrados a todos en el patio y me vine para aquí.

Sonreí nuevamente ante su comentario (podría parecer un estúpido ante él, pero al menos era un estúpido simpático, ¿no?). Pero sí quedé como un idiota cuando me pensé en la casa incendiándose y todos intentando escapar, pero como quedaron encerrados a propósito, debían morir calcinados. Ese pensamiento me hizo querer lanzar una risa, pero al intentar ahogarla (para no quedar como un lunático que se reía solo) comencé a toser como condenado y nuevamente toda la atención se centró en mí.

Luis es dueño de un pequeño bar, bastante popular en las afuera del centro de la ciudad. Pero tenía que ir obligadamente a cerrarlo a las tres de la mañana y decirle al encargado de que se podía retirar en paz. Así que Luis descendió del auto y Pablo también lo hizo (aunque jamás supe para qué razón). Totalmente sin saber qué hacer y disfrutando de la noche que estaba siendo más divertida de lo esperada, me acosté en la parte trasera y puse como almohadas las dos camperas entrelazadas.

Me puse a pensar en Lucas, que seguramente debería estar como loco en su trabajo a esas horas en otra ciudad. Pero más pensaba en si finalmente había quedado en verse con Betiana. Lo raro es que no me molestaba que lo hiciera, pero de todos modos, necesitaba saber si el muchacho fue a verla, porque eso tal vez representaba que se tenía que quedar unos días más allá.

Cinco minutos después, Luis y un amigo suyo se sentaron en la parte delantera, mientras que Pablo volvió a tomar su lugar a mi lado. El siguiente lapsus de la charla fue tranquilo y sobre temas en donde decidí no participar.

Lo único divertido fue cuando Luis le ofreció a su amigo algo para comer, que seguramente habría en su casa. Tuve que ahogar una risa, ya que hubiera sido más fácil para Pablo pedirle algo para comer a Luis en lugar de que se nos rompa su moto por el camino de ir a comprar. Por ahogar nuevamente la risa, nuevamente comencé a toser, así que creo que los chicos creyeron que tenía alguna especie de problema pulmonar.

Volvimos a la casa donde celebrábamos la fiesta, y en ese entonces sucedió algo terrible.

- No tengo mi campera - dijo Pablo, buscándola.

Momento tenso para mí, ya que yo la estaba ocupando de almohada y cabría la posibilidad de que cuando Pablo abrió la puerta para ingresar al auto, ésta se haya caído al piso.

- Tal vez me la olvidé en el local - comentó, totalmente confundido.

Por Dios, Oliver, di lo que sabes. El momento es ahora. Esa campera hermosa podría estar en el medio de la calle.

- Si quieres podemos ir a ver si está - se ofreció Luis (era un encanto de persona). - Porque si te la olvidaste en mi bar, no hay problema, pero si quedó en la calle... nunca más la volverás a ver.

Este Luis era un Sol de persona.

- No, seguro la olvidé dentro - concluyó Pablo. - Mañana pasaré por tu local y la buscaré.

Este Pablo era un imbécil.

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