martes, 18 de marzo de 2008

95. La Última Gota

Cuando me encontraba llegando a la casa de Lucas en mi moto, no iba pensando en cuál sería mi reacción al verlo. Por un lado era frustrante, porque siempre me gusta tener preparado cuál sería mi postura ante determinada situación, pero esta vez no sabía que actitud tomar. No sabía si tratarlo bien y fingir que nada pasaba (para explotar por dentro) o dar a entender mi disgusto ante la situación (para volver a tener una charla sin sentido). Las dos opciones eran malas y ninguna me llenaba de seguridad.

Llegué a su casa y toqué el timbre. A los segundos salió un Lucas totalmente producido, listo para subirse en mi moto e ir conmigo a quien sabe dónde. En ese momento, el toque de cinismo me hizo reír.

- Espera - dije, al ver sus intenciones. - Quiero los apuntes de Ana. Se los tengo que devolver hoy.

Una espera de dos minutos donde ingresó rápidamente y volvió a salir con las hojas correspondientes. Mi cabeza en ese tiempo estaba en blanco. Me sentía incómodo, pero había una pequeña parte de mí que deseaba que retrocediera el tiempo un día atrás para evitar aquella catástrofe.

Creo que cuando regresó, notó mi rostro, porque me entregó los apuntes y se quedó de pie, a mi lado.

- ¿Tú qué es lo que tienes que hacer?

Me quedé en silencio. No sabía qué responder, porque honestamente no tenía nada que hacer. Quería eliminarlo de mi vida, pero las palabras no aparecían. Maldecía el momento en que lo empecé a querer.

- Te darás cuenta que no tengo ninguna excusa para decirte.

- Si no tienes ganas de verme hoy, dímelo de frente - se quejó, sentándose en la vereda, esperando mi reacción.

Agarró su celular y comenzó a mandar un mensaje. Era el momento perfecto de hablar y decir las cosas que tenía guardadas, porque sabía que me escucharía pero su reacción no será tan espontánea.

- Honestamente, tengo ganas de arrancarte los ojos. Anoche rompiste miles de promesas que habíamos hecho mutuamente sobre no humillarnos delante de los demás. Charlas que tuvimos, que visiblemente quedaron vagando en tu memoria porque jamás se respetaron las normas que impusimos. No tenía intenciones de venir a verte hoy, pero el destino me odia y quiere que lo haga.

Lucas terminó de escribir su mensaje y levantó la vista hacia mí. Sonrió.

- Disculpa, ¿qué me decías?

Realmente no podía creer que existiera una persona que disfrutara tanto de torturar a otras. Aquello no era humano. Ni siquiera yo sabía por qué soportaba aquél tormento cargado de idiotez.

- ¿En serio?

- Lo siento - dijo, volviendo a reírse. - Te escuché. ¿Qué quieres que haga? Si tú estás estúpido...

- ¿Yo? ¡Yo estoy estúpido por tu culpa! - me defendí, levantando sutilmente el tono. - Tú y Sebastián, a quien pienso encontrar algún día y preguntarle si realmente tiene alguna clase de problema conmigo o simplemente ser desagradable es parte de su encanto, hicieron mi noche imposible.

- Pobrecito de ti - volví a decir, con ese tono irritante que utilizó anoche. - Nadie te entiende. Sebastián no te hizo nada. Ni le escuché dirigirte la palabra...

- De acuerdo - interrumpí, viendo que estaba perdiendo mi tiempo. - No tiene sentido seguir hablando.

- Sí, no es por echarte, pero si te quieres ir, eres libre.

Una sonrisa cínica salió de mis labios, mientras agaché la mirada. Tenía tanta ira en ese momento contra su persona, que una parte de mí se preguntaba si este chico hacía sus cosas por maldad o estupidez. No es conveniente desprestigiar ninguna de las dos mitades.

- Creo que es lo mejor.

Arranqué mi moto y marché. Definitivamente, las cosas estaban peor que antes, porque ahora, al menos, el sentimiento no quedó en mí.

0 Culpables: